lunes, 8 de agosto de 2011

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domingo, 1 de mayo de 2011

Pérez de Armiño, Karlos. concepto de vulnerablilidad

Vulnerabilidad

Karlos Pérez de Armiño
Nivel de riesgo que afronta una familia o individuo a perder la vida, sus bienes y propiedades, y su sistema de sustento (esto es, su medio de vida) ante una posible catástrofe. Dicho nivel guarda también correspondencia con el grado de dificultad para recuperarse después de tal catástrofe (Pérez de Armiño, 1999:11).
Añadiendo algunos elementos más a esa idea básica, Chambers (1989:1) la define como “la exposición a contingencias y tensión, y la dificultad para afrontarlas. La vulnerabilidad tiene por tanto dos partes: una parte externa, de los riesgos, convulsiones y presión a la cual está sujeto un individuo o familia; y una parte interna, que es la indefensión, esto es, una falta de medios para afrontar la situación sin pérdidas perjudiciales.”
La vulnerabilidad contempla así tres tipos de riesgos: el riesgo de exposición a las crisis o convulsiones; el riesgo de una falta de capacidad para afrontarlas; y el riesgo de sufrir consecuencias graves a causa de ellas, así como de una recuperación lenta o limitada (Bohle et al., 1994:38).
El reverso de la vulnerabilidad es la seguridad (seguridad del sistema de sustento, seguridad alimentaria, seguridad medioambiental).
También podemos considerar como la otra cara de la vulnerabilidad a las capacidades de las personas, esto es, los recursos y aptitudes que les permiten afrontar y mejorar su vida diaria, así como también encarar los procesos de desastre y la posterior rehabilitación. Un instrumento sencillo y útil para poder analizar esta realidad dual es el análisis de capacidades y vulnerabilidades, elaborado por Anderson y Woodrow (1989:9-25), que permite estudiar unas y otras en los planos físico-material, social y sicológico.
La vulnerabilidad es una dimensión relativa. Es decir, todas las personas somos vulnerables, pero cada una, en función de sus circunstancias socioeconómicas y condicionantes personales, tiene su propio nivel de vulnerabilidad, así como también su propio tipo de vulnerabilidad. Esto significa que uno puede ser muy vulnerable a un tipo de catástrofe potencial, pero poco a otra, ya que cada una de ellas golpea de forma diferente y pone a prueba aspectos diferentes.
También es importante matizar que la vulnerabilidad de una familia no es lo mismo que sus necesidades: éstas tienen un carácter inmediato, mientras que aquélla viene marcada también por factores de más largo plazo, muchos de ellos estructurales. En este sentido, la ayuda de emergencia tradicional frecuentemente se limita a satisfacer las necesidades básicas para la supervivencia, pero apenas incide en los factores que causan la vulnerabilidad. Sin embargo, toda intervención que aspire no sólo al alivio puntual sino a sentar bases de desarrollo futuro debe orientarse a no sólo a satisfacer necesidades sino a reducir la vulnerabilidad.
1. Origen y evolución
El concepto de vulnerabilidad ha penetrado con fuerza desde hace unos años en las ciencias sociales y, en particular, en el campo de los estudios sobre el desarrollo. Ha realizado así una importante contribución a una mejor y más amplia comprensión de la situación de los sectores sociales desfavorecidos y de los motivos de ésta. Se ha convertido en un fértil instrumento de estudio de la realidad social, de disección de sus causas profundas, de análisis multidimensional que atiende no sólo a lo económico, como puede hacer la pobreza (al menos en un visión clásica), sino también a los vínculos sociales, el peso político, el entorno físico y medioambiental o las relaciones de género, entre otros factores. Como dice Bohle (1993:17), mientras que la pobreza se puede cuantificar en términos económicos absolutos, “la vulnerabilidad es un concepto relacional y social”, que depende de las contradicciones y conflictos sociales.
Por tanto, es un concepto esencial para poder diseñar y orientar adecuadamente las políticas públicas en materia de desarrollo socioeconómico, así como las intervenciones de acción humanitaria[Acción humanitaria:debates recientes, Acción humanitaria:fundamentos jurídicos, Acción humanitaria: principios , Mujeres y acción humanitaria , Acción humanitaria:concepto y evolución] o de cooperación para el desarrollo.
La pujanza del concepto de vulnerabilidad se debe a una evolución teórica habida desde los años 70 en la comprensión de los desastres, incluidas las hambrunas, y de los problemas del desarrollo. Convencionalmente, los desastres se han interpretado (y algunos siguen haciéndolo así) como eventos excepcionales, inesperados, consecuencia directa de factores naturales (meteorológicos, medioambientales o demográficos), y sin relación causal con los procesos sociales, con la vida diaria. Ese enfoque natural se ha complementado además con otras explicaciones centradas en una supuesta mala gestión de los recursos naturales por parte de las víctimas (sobrecultivo, sobrepastoreo, tala abusiva del bosque), debido a su ignorancia o a un comportamiento irracional.
Sin embargo, desde los años 70 y, sobre todo, los 80, frente a dicho enfoque natural comienza a desarrollarse otro de orientación social. Esta visión, aunque no niega la importancia de las catástrofes naturales como activadores de los desastres, pone más el acento en el estudio de las estructuras y procesos socioeconómicos de desigualdad y pobreza como causantes de la vulnerabilidad, entendido como el caldo de cultivo que posibilita los desastres. Los desastres son vistos así como consecuencia de las condiciones de la vida cotidiana, no como fenómenos al margen de ésta; como resultado de determinado modelo de desarrollo, más que como la ausencia o la interrupción de éste.
El enfoque de la vulnerabilidad se gestó al calor de varias contribuciones, entre ellas las siguientes:
a) En primer lugar, la interpretación que los autores de la teoría de la dependencia, durante los años 60 y 70, hicieron de los problemas del subdesarrollo en el tercer mundo, como fruto de las estructuras socioeconómicas fuertemente desiguales que se derivan de sus relaciones de dependencia y explotación respecto al Norte (ver centro-periferia).
b) En segundo lugar, la reflexión teórica respecto a varios desastres habidos en los años 70, como las hambrunas del Sahel o el terremoto de Guatemala en 1976.
c) En tercer lugar, la teoría de las titularidades al alimento de Amartya Sen, publicada en 1981, que explica las hambrunas como consecuencia no de una falta de alimentos provocada por una catástrofe o por el exceso de población, sino como una pérdida del acceso a los mismos por parte de las familias con menos recursos económicos. De esta forma, el trabajo de Sen realizó una aportación decisiva a la conformación del concepto de vulnerabilidad, al articular un análisis basado en las desigualdades sociales y la pobreza, y en las dificultades específicas que en función de ellas tiene cada familia y persona en su acceso a los recursos. En cualquier caso, el enfoque de Sen se centró en el poder adquisitivo de las familias, soslayando otros aspectos no económicos hoy considerados indisolublemente vinculados a la vulnerabilidad (poder político, relaciones intrafamiliares, estrategias de afrontamiento de la crisis, redes sociales de ayuda mutua, economía de la guerra, etc.).
Así, el concepto de vulnerabilidad surge de una doble evolución teórica, ampliamente asumida. Primera, la que ha llevado de las explicaciones fisico-naturales de los desastres a las socioeconómicas, centradas en el desigual acceso a los recursos debido a las estructuras y procesos exitentes, y que por tanto exige un análisis diferenciado de cada sector social, familia y persona. Y, segunda, como consecuencia de lo anterior, y al igual que ha ocurrido en otras parcelas de las ciencias sociales, el paso de un enfoque “macro” a otro “micro”; es decir, para estudiar la vulnerabilidad se toma como objeto de análisis a cada individuo (y por extensión a sus familias y comunidades), valorando sus circunstancias específicas, percepciones subjetivas, bagaje cultural, control de las redes sociales y capacidad de decisión y actuación. Algunas contribuciones decisivas en esta dirección han provenido de la antropología y de los estudios feministas sobre el género.
2) Vulnerabilidad y desastres
Una contribución esencial del concepto de vulnerabilidad consiste en que nos ayuda a comprender las crisis humanitarias no como fenómenos puntuales, espontáneos e inevitables, sino como el resultado de causas estructurales y procesos de largo y medio plazo, muchos de ellos modificables por la acción humana.
En efecto, el grado de vulnerabilidad de un grupo humano es el principal determinante de que una catástrofe natural (sequía, inundación, huracán) o humana (guerra) pueda activar un desastre, esto es, un proceso de desestructuración y convulsión socioeconómica, con graves secuelas humanas y materiales (hambruna, miseria, epidemias, éxodo, etc.).
En otras palabras, la vulnerabilidad es el contexto propiciatorio, el caldo de cultivo en el que el “virus” de la catástrofe puede desencadenar la “enfermedad” del desastre en aquel cuerpo que carezca de capacidades de resistencia suficientes, capacidades que permiten la implementación de diferentes estrategias de afrontamiento familiares de la crisis. De esta forma, la vulnerabilidad constituye el punto del partida sobre el que se puede desencadenar un proceso de desastre, que se podría representar con la siguiente ecuación:
Los desastres son fruto de la combinación de los tres factores. La profundidad y amplitud del desastre depende, por supuesto, de la intensidad y la duración de la catástrofe; pero más determinante aún es el nivel de la vulnerabilidad preexistente. De hecho, un grupo muy vulnerable puede verse muy afectado por una catástrofe de escaso relieve, mientras que otro grupo poco vulnerable puede salir indemne de una catástrofe más seria. De este modo, las catástrofes rara vez se traducen en un desastre allí donde la población es poco vulnerable (caso de los países ricos). Sobreviene el desastre allí donde existe un número significativo de familias vulnerables que se ven severamente golpeadas por la catástrofe.
3) Dimensión dinámica en el tiempo
Otro aspecto esencial consiste en que la vulnerabilidad no es estática, sino dinámica en el tiempo, esto es, puede aumentar o disminuir. Resulta por tanto imprescindible que su análisis contemple la dimensión temporal. En primer lugar, aunque la catástrofe sea repentina, la gestación de la vulnerabilidad ha podido ser fruto de un largo proceso histórico (como algunas secuelas del colonialismo), si bien otras causas pueden encontrarse en procesos y circunstancias más inmediatas (como una crisis económica). Por tanto, la vulnerabilidad integra elementos del pasado y del presente.
Además, hay que tener en cuenta que cada uno de los aspectos que configuran la vulnerabilidad puede tener un ritmo de tiempo diferente para acrecentarse o modificarse ante una catástrofe, o para reducirse después de ella. Por ejemplo, las relaciones de clase o de género son bastante estables y se verán trastocadas sólo lentamente, mientras que el nivel de ingresos o el estado sanitario puede variar rápidamente.
La vulnerabilidad puede incrementarse bien de forma prolongada o bien con rapidez en función de que haya sobrevenido un tipo u otro de catástrofe. Hay catástrofes de gestación lenta (las sequías frecuentemente duran dos o tres años), y otras de aparición repentina (terremotos, huracanes).
Por otro lado, el factor estacional es determinante para la vulnerabilidad de las personas en las sociedades rurales tradicionales. Las estaciones del ciclo agrícola tienen una gran incidencia en el nivel del consumo alimentario, del ahorro familiar y del estado nutricional y sanitario. La vulnerabilidad es más acusada en los meses anteriores a la cosecha, por cuanto las reservas que quedan en los graneros son ya escasas o inexistentes, la consiguiente menor oferta en el mercado eleva los precios de los alimentos (dificultando que los pobres puedan adquirirlos), las familias tienen que reducir su consumo de comida, y los cuerpos peor alimentados son más susceptibles de sucumbir a las epidemias (ver seguridad alimentaria). Por tanto, una posible catástrofe tendría secuelas mucho más funestas si se produjera en esos meses previos a la cosecha, escasos en recursos y resistencia, que en los posteriores a ella, de relativa abundancia. Toda intervención de ayuda debería tener muy en cuenta estas circunstancias.
El carácter temporal, progresivo y acumulativo de la vulnerabilidad puede apreciarse, por ejemplo, en la Figura 1, referida al desarrollo de las hambrunas.
Figura 1: Evolución de la vulnerabilidad durante una crisis alimentaria
Fuente: Bohle et al. (1993:23)
En la gráfica se aprecia la existencia inicial de un determinado nivel de vulnerabilidad de base, esto es, la situación habitual que, con oscilaciones estacionales, para algunos sectores se traduce en pobreza y malnutrición endémicas. Cuando irrumpen determinados acontecimientos críticos (catástrofes naturales, crisis económica, conflictos, etc.), se registra un incremento de la vulnerabilidad de los sectores afectados, que desestabiliza el sistema alimentario (esto es, la producción, comercialización y reservas de alimentos). Es decir, actúan como detonantes del proceso de gestación de la hambruna (crisis alimentaria coyuntural y aguda, a diferencia del hambre endémica anterior), cuya gravedad aumenta conforme crece la vulnerabilidad con el tiempo. Sin embargo, simultáneamente pueden existir también determinadas tendencias contrarrestantes de la vulnerabilidad, como son las estrategias de afrontamiento, la ayuda de mitigación o la acción humanitaria[Acción humanitaria:debates recientes, Acción humanitaria:fundamentos jurídicos, Acción humanitaria: principios , Mujeres y acción humanitaria , Acción humanitaria:concepto y evolución]. Estos mecanismos pueden mitigar e incluso frenar el proceso de crisis, sobre todo si actúan en las fases iniciales; pero si fracasan o se agotan, es probable que se acabe por producir el desastre (en este caso la hambruna). Tal desenlace llega con frecuencia bastante tiempo después (a veces dos o tres años más tarde) de haberse producido la catástrofe natural que activó la crisis, como resultado de dicho proceso de acumulación de vulnerabilidad.
Una vez pasado el punto álgido de la crisis se inicia un período de recuperación __(o rehabilitación), que representa la superación de las manifestaciones más graves del desastre pero que, sin embargo, no supone una vuelta a la situación anterior. La __nueva vulnerabilidad de base después de un desastre es mayor que la inicial debido a las secuelas dejadas por el proceso: empobrecimiento, desposesión de los bienes productivos, deterioro nutricional, debilitamiento físico, fragmentación comunitaria, etc. De este modo, la sucesión de crisis consecutivas supone una acumulación progresiva de vulnerabilidad y una menor capacidad de resistencia a otras que puedan acontecer en el futuro. Algunos grupos humanos, por ejemplo en zonas áridas del Sahel, se encuentran encerrados en ese círculo vicioso que les lleva de crisis en crisis.
Como hemos dicho, la vulnerabilidad puede aumentar, pero también puede disminuir. Según señala Swift (1989:9 y ss.), cuando en las épocas de bonanza las familias obtienen unos ingresos superiores a los que necesitan para satisfacer sus necesidades básicas, los excedentes se convierten en una serie de bienes o activos a los que se puede recurrir en los períodos de vacas flacas. Estos bienes, tanto tangibles como intangibles, los clasifica en tres grupos: a) Reservas en especie (cereales, ganado, joyas, tierra) o en metálico. c) Inversiones materiales para incrementar la capacidad productiva (labores de irrigación o conservación del suelo, adquisición de herramientas o tecnología), o inversiones no materiales (mejora del nivel educativo, sanitario o nutricional de la familia). c) Derechos demandables (lo que él denomina claims), que consisten en derechos que pueden invocarse ante la comunidad, las elites o el Estado, para obtener ayuda en caso de necesidad, y que son consecuencia de la existencia de unos vínculos sociales recíprocos de solidaridad, o de un cierto pacto social.
Esta acumulación de reservas, de las que luego se podrá echar mano para afrontar las épocas difíciles, representa una reducción de la vulnerabilidad. Por el contrario, las crisis socioeconómicas (como la hambruna) dan lugar a un incremento de la vulnerabilidad, como consecuencia de la reducción del poder adquisitivo (disminución de los ingresos al caer la producción agrícola o aumentar el desempleo; incremento de los precios de los alimentos), del agotamiento de las reservas acumuladas (venta de bienes personales e incluso productivos, como el ganado o incluso las tierras), de la sobreexplotación del medio ambiente, del debilitamiento corporal, etc.
A la hora de llevar a cabo intervenciones de ayuda a una comunidad, es necesario tener en cuenta si se encuentra en un proceso de incremento o de disminución de la vulnerabilidad, así como estimar cuál es el nivel de su vulnerabilidad, esto es, la gravedad de la situación. Según cuál sea el nivel de vulnerabilidad, será preciso priorizar un tipo u otro de intervención: en contextos de vulnerabilidad moderada, sin peligro de desestructuración, será necesario priorizar las intervenciones de desarrollo a largo plazo, sin perjuicio de que algunos colectivos requieran también ayuda para la supervivencia inmediata; por el contrario, en situaciones de vulnerabilidad extrema, hay que centrar más esfuerzos en la ayuda de emergencia a corto plazo, sin perjuicio de complementarla con actividades de desarrollo (ver figura nº 1 y 2 en la entrada estrategias de afrontamiento).
4) Componentes de la vulnerabilidad
La vulnerabilidad es un concepto complejo que abarca diferentes componentes, los cuales se manifiestan de forma diferente en cada persona. Siguiendo a autores como Chambers (1989), Cannon (1994), y Blaikie et al. (1994), vamos a ver que tales componentes integran las dos dimensiones con que cuenta la vulnerabilidad: el riesgo y la falta de capacidades. El primero de los factores que explicaremos, la exposición física a las catástrofes, lo que hace es generar riesgo a verse afectado por éstas, es decir, inseguridad. Todos los demás factores implican una falta de capacidades que dificulta el acceso a los recursos, los servicios públicos o la ayuda.
A) Exposición física al riesgo de catástrofe
El riesgo a verse atrapado como víctima de una catástrofe depende, por ejemplo, de cuál sea la zona de residencia (zonas propensas a la sequía, laderas de montañas con riesgo de avenidas de agua o corrimientos de tierras, etc.), las condiciones medioambientales del lugar (la degradación del suelo o la deforestación pueden reducir los ingresos rurales), sus características climáticas, la calidad de construcción de las casas, etc.
Normalmente, los sectores más desfavorecidos son los que se ven abocados a una mayor exposición al riesgo. Así, por ejemplo, en la llanura del Ganges, al norte de la India, las castas pobres y los intocables viven sobre todo en los suburbios, situados en zonas bajas propensas a las inundaciones. En muchos países, algunos de los grupos más expuestos lo son tras haber sido desplazados a tierras marginales por la presión política y económica, la colonización o la implementación de proyectos de desarrollo (agricultura comercial, grandes presas, etc.).
B) Falta de capacidades y de acceso a los recursos
B.1) Pobreza
La pobreza es un componente muy importante de la vulnerabilidad, pero no el único, por lo que es errónea la identificación directa que con frecuencia se hace entre ambas. Se trata de dimensiones diferentes, aunque la pobreza venga frecuentemente acompañada del resto de componentes de la vulnerabilidad. La vulnerabilidad no significa falta o carencia, a diferencia de la pobreza, que es una medida descriptiva, y mucho menos compleja, de las necesidades o carencias de las personas. La vulnerabilidad se refiere más bien a la inseguridad y riesgo que se corre ante una posible catástrofe en particular. De este modo, no tiene que ver sólo con las condiciones de la gente, sino con las características de las posibles catástrofes. En otras palabras, una persona puede tener niveles diferentes de vulnerabilidad según ante qué catástrofe, pero no puede tener niveles diferentes de pobreza (Blaikie et al., 1994:61).
Al hablar de pobreza nos referimos a la insuficiencia de recursos materiales para satisfacer las necesidades básicas de la persona o de la familia, que pueden constar tanto de los ingresos presentes como de las reservas acumuladas en el pasado (en forma de dinero, alimentos, ganado, tierras, etc.). De este modo, las personas con dinero u otros bienes materiales suficientes disponen de la capacidad para satisfacer sus necesidades durante las crisis y de recuperarse tras ellas. En el lado opuesto, las personas más vulnerables viven al borde de la subsistencia y apenas producen excedentes, por lo que frecuentemente carecen de ingresos y reservas suficientes con las que afrontar las crisis o el período de reconstrucción posterior.
B.2) Inseguridad del sistema de sustento familiar
El grado de inseguridad ante una posible crisis del sistema de sustento, o medio de vida, de una familia es otro determinante clave de su vulnerabilidad, independientemente de que proporcione habitualmente más o menos ingresos. Los sistemas más inseguros son: a) los más sensibles __al impacto perturbador de una catástrofe, y por tanto menos resistentes a las mismas; (b) los menos __flexibles, esto es, con menos capacidad para recuperarse tras una catástrofe; y c) los menos sostenibles o perdurables en el tiempo. De esta forma, determinados grupos ocupacionales (caso de los pequeños pastores y los jornaleros agrícolas), como consecuencia de los riesgos inherentes a su actividad económica, suelen ser más vulnerables a las crisis que otros, aunque habitualmente sean tan modestos o incluso más. Otra constatación importante es que un sistema de sustento es más vulnerable en la medida en que dependa de una o pocas fuentes de ingreso, por lo que un objetivo clave en los proyectos para recuducir la vulnerabilidad consiste en diversificar tales fuentes, de modo que la posible pérdida de una pueda compensarse con las otras.
B.3) Indefensión personal o falta de capacidades personales
Denominamos indefensión, o desprotección, a la carencia de capacidades con las que poder afrontar una crisis sin sufrir daños (Pérez de Armiño, 1999:27). Si en el siguiente punto veremos las sociales, en este caso se trata de la falta de capacidades propias, individuales, aunque por extensión también familiares, pues muchos de ellos son compartidos por la familia. Al margen de la pobreza o falta de recursos económicos, ya vista, podríamos señalar tres carencias principales:
a) Falta de capacidades físicas y sicológicas:
En el plano físico, las enfermedades y las incapacidades corporales son una fuente importante de vulnerabilidad tanto para las personas que las padecen como para aquellas familias en las que éstas representan una alta proporción respecto a los miembros sanos con capacidad de generar ingresos. La enfermedad reduce la capacidad de trabajo y la obtención de ingresos (ver salud y desarrollo). En el plano sicológico, lo mismo podemos decir de las deficiencias y enfermedades mentales. Además, también generan vulnerabilidad determinadas actitudes sicológicas negativas (el victimismo, el fatalismo, la dependencia de la ayuda), que debilitan la confianza en uno mismo, la determinación y, en definitiva, la capacidad de los afectados para hacer frente a la crisis (Anderson y Woodrow, 1989:14).
b) Falta de conocimientos y de cualificaciones técnicas:
A mayor nivel cultural y técnico, menor vulnerabilidad. Los analfabetos, por ejemplo, tienen menos posibilidades de encontrar empleos alternativos o de conocer e implementar técnicas más productivas, así como de relacionarse con la administración y beneficiarse todo lo posible de los servicios públicos y la ayuda exterior.
c) Falta de capital social:
El capital social consiste en determinados recursos del individuo, derivados de sus relaciones sociales, y que tienen cierta persistencia en el tiempo, como las redes sociales, las normas sociales y los vínculos de confianza y obligaciones recíprocas. Estos recursos son utilizados por las personas como instrumentos con los que incrementar su capacidad de acción y satisfacer sus objetivos o necesidades (obtener un empleo, recibir ayuda, etc.) al tiempo que facilitan la cooperación entre aquéllas en beneficio mutuo. En consecuencia, resulta un factor decisivo para la capacidad de familias e individuos de afrontar los desastres y también de recuperarse tras ellos. Diversos factores pueden provocar un bajo capital social, como la falta de una familia que dé protección, la marginación respecto a la comunidad, la erosión de los mecanismos tradicionales de solidaridad de la economía moral, o la falta de tejido asociativo.
d) Dificultad para ejecutar estrategias de afrontamiento:
Ciertas estrategias familiares ayudan a resistir ante una catástrofe y a recuperarse tras ella, garantizando la supervivencia y, en la medida de lo posible, preservando los medios productivos. Sin embargo, su implementación puede verse dificultada por factores ya mencionados (debilidad física, carencia de medios materiales, falta de contactos y apoyo social), así como también a otros como las dificultades de movilidad física (habituales en las guerras) o de acceso al transporte, la escasez de tiempo (por ejemplo en el caso de madres cabeza de familia), o a la falta de derechos de acceso a los bienes comunitarios (bosque, zonas de caza y pesca, pastos), etc.
B.4) Indefensión o desprotección social
Se referiere a la falta de mecanismos de protección del individuo o de la familia por parte bien de la comunidad o bien del Estado. Es decir:
a) Falta de protección por parte de la comunidad:
La protección comunitaria hacia los desfavorecidos ha sido y es de gran importancia en los países pobres, en los que por el contrario es muy débil la protección pública estatal. Tal protección por la comunidad depende de su grado de vertebración social, esto es, de la existencia de organización social (formal e informal), de normas (que regulen los vínculos, derechos y obligaciones recíprocos) y de liderazgos (con líderes respetados y capaces de movilizar a la comunidad). Pero esta protección se ha visto debilitado en muchos contextos, debido a procesos como la erosión de la denominada economía moral (un sistema precapitalista de solidaridad orientado al bienestar colectivo más que al lucro individual), la alteración de la estructura familiar (debilitamiento de la parentela o familia extendida a favor de una familia nuclear), o la desvertebración social que provocan los conflictos civiles.
b) Falta de protección por parte del Estado:
Para la reducción de la vulnerabilidad es esencial la acción pública, es decir, políticas estatales en campos como la lucha contra la pobreza, la provisión de servicios básicos, el reparto de ayuda, así como la preparación, prevención[Prevención de conflictos, Prevención de desastres] y mitigación de desastres.
Sin embargo, la mayoría de los gobiernos de países pobres prestan una insuficiente atención a la protección de los más vulnerables. Esto se debe en parte a su escasez de recursos materiales y técnicos. Pero también responde al hecho de que, dado que las políticas gubernamentales son el resultado de una lucha de intereses en competencia, tienden a favorecer a los sectores con mayor capacidad de influencia y a olvidar a los que tienen poca y no representan una clientela política relevante (De Janvry y Subramanian, 1993:16), como los indígenas, los inmigrantes o, de forma más genérica, los campesinos pobres (ver sesgo urbano). En otras palabras, la vulnerabilidad tiene también una dimensión política: a los vulnerables les falta el acceso a los recursos económicos, pero también el poder político necesario para obtener el mismo (Walker, 1989:30-31).
Por otro lado, en muchas ocasiones más que de falta de protección hay que hablar de políticas directamente causantes de vulnerabilidad, como las que dan lugar a la exclusión social, la persecución de minorías, las violaciones masivas de los derechos humanos y las migraciones forzosas.
Componentes de la vulnerabilidad
Fuente: Pérez de Armiño (1999:32).
5) Causas generadoras de la vulnerabilidad
En el punto anterior hemos enumerado los componentes en que se puede desglosar el concepto de vulnerabilidad. Por su parte, las causas de la vulnerabilidad y de sus componentes responden a una combinación de múltiples factores geográficos, económicos, sociales, políticos y personales, que condicionan tanto la exposición al riesgo como la disponibilidad de capacidades de cada familia e individuo en un contexto dado.
En definitiva, la vulnerabilidad de cada persona es el resultado de una multitud de causas que se pueden agrupar en tres categorías o niveles superpuestos: las causas raíces o estructurales, los procesos de crisis a medio o corto plazo, y los determinantes pesonales. Así, cabe hablar de una cadena explicativa que va de lo “macro” y estructural a lo “micro”, desde las relaciones sociales globales hasta las condiciones específicas de cada individuo. Este modelo causal puede verse en la figura “Estructura causal del desastre”, en la entrada desastre. Veamos a continuación dichos niveles:
a) Las causas raíces o subyacentes son factores consolidados y estables en el tiempo (que deben analizarse con perspectiva histórica), enraizados en las estructuras sociales, económicas y políticas. Entre ellos destacan: los límites y las posibilidades que impone la base material existente (recursos naturales y condiciones medioambientales); la estructura socioeconómica tanto local como internacional (relaciones Norte-Sur), por cuanto deteminan las relaciones de producción y poder; y los sistemas ideológicos y políticos que articulan la sociedad (pautas de propiedad, mecanismos de ayuda, relaciones de género, etc.).
b) Ese conjunto de factores constituye el marco o base sobre la que se desarrolla el segundo nivel de causas, consistente en diversos procesos y dinámicas de vulnerabilidad, de carácter más coyuntural o próximo en el tiempo, que propician el incremento de formas específicas de inseguridad en un momento y lugar concretos. Entre otros se podría destacar el deterioro del medio ambiente (que reduce la producción y los ingresos); el rápido crecimiento económico; la crisis de la deuda externa; el impacto de la globalización económica sobre los países pobres; los programas de ajuste estructural y la consiguiente reducción de los presupuestos para servicios básicos; la existencia de regímenes autoritarios; o la feminización de la pobreza.
c) Los determinantes personales: Las diferentes causas de la vulnerabilidad que hemos visto afectan de forma diferente a cada individuo, ya que éste dispone de cierto margen de decisión y actuación, y que cada cual tiene unos determinantes personales específicos, que condicionan su acceso a los recursos y su nivel de exposición al riesgo. Entre tales determinantes personales podríamos destacar los siguientes:
– La clase social y la actividad económica: que determina la posición socioeconómica del individuo, y por tanto sus recursos y capacidad de influencia.
– El género: en casi todas las sociedades y circunstancias las mujeres se ven discriminadas en los planos económico, político y social.
– La edad: niños y ancianos son fisiológicamente débiles (poco resistentes al frío y al calor, propensos a las enfermedades), tienen menor capacidad mental y de movimientos, y dependen del cuidado que se les proporcione.
– El estado sanitario y nutricional: los malnutridos, enfermos y discapacitados tienen menos capacidad para trabajar y generar ingresos, así como para afrontar los impactos de los desastres (epidemias, reducción del consumo alimentario, migraciones forzosas).
– El nivel educativo y de conocimientos técnicos: los individuos con un menor nivel tienen menos capacidad de obtener ingresos, de encontrar medios alternativos de vida, o de defender sus derechos ante el Estado.
– La etnia y la religión: elementos definitorios de la identidad de los grupos, origen frecuente tanto de privilegio como de discriminación social, política y económica.
– El lugar de residencia: que condiciona el riesgo de verse golpeado por catástrofes naturales y conflictos, así como el acceso posible a los recursos naturales y a los servicios públicos.
– El estatus jurídico: la ciudadanía de un Estado o el estatuto de refugiado proporciona unos derechos legales, del que carecen los inmigrantes en otro país, así como los desplazados internos perseguidos en el suyo propio.
– La voluntad y capacidad de decisión del individuo: el impacto de todos los factores citados (estructurales, procesos, condiciones personales), que le vienen dados al individuo, pueden ser modificados en parte por la propia capacidad de éste, mayor o menor según las circunstancias, para decidir y tomar o no determinadas actuaciones (vender sus bienes, emigrar, asociarse, etc.).
Conclusión
Diversos rasgos de los comentados pueden confluir en una misma persona. Así, una mujer anciana, pobre, sola, enferma y perteneciente a una minoría marginada, presenta un perfil altamente vulnerable.
En conjunto, las personas más vulnerables son aquellas que, debido a factores estructurales de largo plazo, a procesos de corto plazo generadores de crisis o tensiones, y a sus propios determinantes personales, tienen: su residencia en lugares con una alta exposición física a las catástrofes; un acceso a los bienes básicos escaso e inseguro (bienes productivos e ingresos reducidos, sistema de sustento inseguro, derechos limitados); unos escasos recursos personales (salud, educación), materiales (reservas, ahorros) y sociales (capital social, redes, información) para hacer frente a la catástrofe; y un escaso peso político, insuficiente para incentivar la necesaria protección por parte del Estado. Todas estas condiciones les hacen menos capaces de afrontar los desastres sin riesgo para sus sistemas de sustento o sus vidas, y de recuperarse tras ellos.
El enfoque de la vulnerabilidad se ha expandido dada su gran utilidad. Primero, permite un análisis rico y complejo de la situación de las personas y familias, teniendo en cuenta no sólo su pobreza, sino otras dimensiones políticas, sociales y sicológicas; y observando no sólo las necesidades puntuales, sino los factores estructurales causantes. De esta forma, posibilita actuaciones que se centren en los más vulnerables y que se ajusten específicamente a las causas particulares de su vulnerabilidad, para lo cual resulta muy útil la elaboración de mapas de vulnerabilidad donde se identifique quiénes son, por qué y dónde están (ver preparación ante desastres). Segundo, el estudio de la vulnerabilidad, como categoría dinámica, proporciona un análisis de la evolución temporal de los procesos sociales, una película en vez de un solo fotograma. Esto es esencial para poder evaluar la gravedad y perspectivas de la situación, y para poder actuar a tiempo. Tercero, hablar de vulnerabilidades implica tener en cuenta su reverso, esto es, que las personas cuentan también con capacidades propias, que hay que tomar como punto de partida.
En definitiva, todo tipo de intervención, sea de desarrollo, mitigación, emergencia o rehabilitación, debería orientarse a dos objetivos comunes: reducir la vulnerabilidad y reforzar las capacidades de las personas, familias y comunidades. Este doble principio es el eje que permite articular una adecuada complementariedad de todas esas formas de trabajo, esto es, la denominada vinculación emergencia-desarrollo, de forma que la ayuda no sea meramente paliativa y tenga un impacto también a largo plazo.
Dado que la vulnerabilidad presenta tantas dimensiones, su medición de su nivel no es fácil. Sin embargo, un buen indicador de éste lo proporcionan las estrategias de afrontamiento familiares frente a las crisis, dado que existe una correspondencia temporal entre el grado de vulnerabilidad que sufre una familia o comunidad y las estrategias que llevan a cabo en ese momento: desde las fáciles de asumir, cuando la vulnerabilidad es ligera, hasta las más costosas, cuando la vulnerabilidad es extrema. De este modo, el análisis de las estrategias y de su evolución cronológica nos ayuda a determinar cuál es el grado de vulnerabilidad de quienes las llevan a cabo. Por ello, su estudio se ha incorporado a algunos sistemas de alerta temprana, dedicados a recoger y estimar datos con objeto de prever los incrementos de vulnerabilidad y la gestación de desastres como, sobre todo, las hambrunas (ver figuras nº 1 y 2 en la entrada estrategias de afrontamiento). K. P.

Bibliografía

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Ver Otros

  • Acción humanitaria: concepto y evolución
  • Género, intereses y necesidades de
  • Pobreza humana.

Bloques temáticos

Padilla Loredo, Silvia. Sociodemografìa y salud I


Este bolg se inicia con el propósito de almacenar, discutir, completa, resumir y avanzar, en  la medida de lo posible en el conocimiento y análisis de problemas socio demográficos, ligados a la salud humana. Es un espacio que se encuentra abierto a quienes quieran participar en esta importante tarea, sin más limitación que el respeto a los demás y a nosotros mismos.